Por Juan Vega
La especie humana siempre ha conocido soñadores que en sus visiones beatíficas de un supuesto mundo mejor, creyeron que el homo sapiens sapiens puede (¿podemos?) convivir en armonía, tomando las decisiones de manera colectiva, sin organizaciones jerarquizadas por medio, todos juntos a la vez, sin pararse a pensar que la asamblea decisoria tiene un límite insuperable, que ya vieron los griegos, en el tamaño del ágora. De ahí el nacimiento de la democracia representativa: la imposibilidad física de lo que nuestros soñadores llaman democracia directa. Como es imposible que todos los ciudadanos voten a la vez, a mano alzada, o con la ayuda de urnas, tomando todas las decisiones de manera colectiva, se hace necesario elegir representantes. Lo evidente es a veces lo más difícil de ver.
La realidad es tozuda, y la llamada democracia directa se convierte en un sueño imposible, ya que hay que acabar reconociendo que si todos los ciudadanos que deciden no caben en un lugar público único no hay manera. Aristóteles creía que el estado, es decir, la ciudad, no podía tener más de 10.000 ciudadanos, sin entrar en crisis: «lo bastante pequeña para que todos puedan hablar y ser oídos en el ágora, y lo bastante grande para poder guerrear con la polis vecina». Ahora hay quien cree que el ágora puede ser suplido por Internet, que se convertiría así en la gran plaza pública, donde se ejerce la democracia directa, no representativa, en una nueva era de poder popular global.
El partido revelación de las últimas europeas en España, Podemos, que nació como la enésima ensoñación que habría de fundarse sobre la anhelada democracia directa, y que se supone eligió sus candidatos a través de Internet, se enfrenta ahora a las iras de sus bases (ver El País: «Las bases de Podemos se enfrentan a sus fundadores para exigir democracia interna«), ante la imposibilidad de que los candidatos, ya convertidos en dirigentes por el artículo cuarenta, sometan sus declaraciones y decisiones a unas asambleas que por otra parte son inviables. Según los dirigentes del experimento asambleario -y no les faltará razón-, Izquierda Unida está detrás de estos problemas, sin pararse a pensar que la lógica más elemental también trabaja contra el sueño de quien creyó que votando por Internet se puede dirigir y organizar un partido político basado en la eterna fantasía onírica de una democracia directa.
Resulta curioso señalar, que los modelos de democracia directa, como el comunismo soviético o el corporativismo fascista, han conseguido generar las mayores matanzas de seres humanos que cabe recordar. Lo de Podemos no es nuevo, ya que Vladimir Ilich Lenin, encabezó la revolución soviética, basada en el poder de unos órganos muy parecidos a los círculos de Podemos, y Benito Mussolini no le fue a la zaga. Son los ilustres antecesores de nuestro mediático Pablo Iglesias. A él todavía no le ha dado tiempo a experimentar con la guillotina como gran aliado.
En marzo de 1921, los marineros, soldados y trabajadores de la fortaleza naval de Kronstadt, en el Golfo de Finlandia, según León Trotski, «los más rojos entre los rojos», se levantaron en una revuelta contra el gobierno bolchevique, al que ellos mismos habían encaramado, al grito de «¡todo el poder para los soviets!». Y así establecieron una comuna revolucionaria que sobrevivió dieciséis días, hasta que se concentraron dos ejércitos para aplastarla. Una vez derrotados, la mayoría de los supervivientes fueron fusilados, algunos huyeron a Finlandia, y su dramática historia se convirtió en el primer acta de acusación contra la barbarie de la utopía soviética que se devoraba a si misma. Igual que en París, en 1793, el terror tomó el mando.
El fascismo vino al mundo en el Estado Libre de Fiume, de la mano del gran poeta y mejor narrador Gabriel d’Annunzio que se alzó con un ejército particular en 1919 para tomar aquella ciudad adriática, y allí sentó las bases de un estado corporativista, en el que la democracia directa se ejercía a través de nueve corporaciones, a las que se sumó la décima, la de los «humanos superiores», compuesta por héroes, poetas, profetas y demás aves de paso, en un experimento que duró entre 1920 y 1924, en el que se declaró la música como principio fundamental del estado. El balcón de las ceremonias, el saludo en alto a la romana y los discursos interminables, son algunos de los hallazgos de la democracia directa en Fiume. El resto es historia más conocida.
¡Cómo tenemos que andar de perdidos, en la España del III milenio, como títeres en manos de nuestros grandes grupos de comunicación, para volver otra vez a lo mismo, a los soviets y al fascio, a causa de la enorme frustración que nos causa nuestra impotencia ante el estado que se desmantela, víctima de la corrupción, el separatismo y una galopante ignorancia que todo lo invade!